11 de diciembre de 2011

3° Domingo de Adviento Jn 1, 8-8. 19-28 , Ciclo B 2011


Proclamación del Evangelio
6 Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.
7 Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz,

para que todos creyeran por él.
8 No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

19 Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos
enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes
y levitas a preguntarle: "¿Quién eres tú?"
20 El confesó, y no negó; confesó: "Yo no soy el Cristo."
21 Y le preguntaron: "¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?"
 Él dijo: "No lo soy." "¿Eres tú el profeta?" Respondió: "No."
22 Entonces le dijeron: "¿Quién eres, pues, para que
demos respuesta a los que nos han enviado?
 ¿Qué dices de ti mismo?"
23 Dijo él: "Yo soy voz del que clama en el desierto:
Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías."
24 Los enviados eran fariseos.
25 Y le preguntaron: "¿Por qué, pues, bautizas, si no
eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?"
26 Juan les respondió: "Yo bautizo con agua,
pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis,
27 que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno
 de desatarle la correa de su sandalia."
28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán,
donde estaba Juan bautizando.
                                                                                              Palabra del Señor

Introducción
Nos encontramos en el tercer domingo de Adviento, un tiempo en que se nos invita a la esperanza activa. Tiempo en que estamos llamados a favorecer las cosas buenas que hacen posible la venida del reino de Dios entre nosotros. Durante los dos domingos anteriores las lecturas del evangelio nos han presentado la figura de los profetas que preparan el camino para la llegada del mesías. Isaías, Malaquías y Juan el Bautista son las voces que hemos escuchado siguen resonando hasta hoy en nuestra sociedad y nuestra Iglesia llamando a la conversión. Hoy el evangelio no es excepción y continúa hablándonos desde el testimonio de Juan el Bautista.

Contexto
La liturgia ha tomado el relato de hoy del cuarto Evangelio. Al acercarnos a este evangelista nos damos cuenta de las diferencias que existe entre Juan y los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Para decirlo en pocas palabras se debe a que es el último de los evangelios redactados, años 90-100 d.C; los temas centrales del evangelio son muy distintos que los de los evangelios sinópticos; Juan es que menos nos habla del Jesús Histórico; los grandes temas teológicos de Juan son puestos en la boca de Jesús en grandes discursos. Al parecer el redactor desconoce los conflictos del tiempo  de Jesús y se centra en los problemas de las comunidades de la tradición de Juan: lucha en contra de la filosofía gnóstica de rechazo de la humanidad de Jesús, por ello enfatiza en su primer capítulo el tema de la encarnación de la palabra; así mismo, lucha en contra de las autoridades judías que negaban la divinidad de Jesús.
El evangelio de Juan es uno de los menos elaborados y en ocasiones suele ser confuso. En algunos textos es necesario que el redactor aclare lo que está sucediendo para que los lectores puedan comprenderlo. En este evangelio el espíritu santo ocupa un lugar importante.


El Relato[1]
Hoy el texto nos presenta a Juan el Bautista (JB) como testigo, algo muy diferente del mensaje del domingo anterior de Marcos que presenta a Juan como uno que pide conversión.

El evangelista nos dice que Juan es el que viene antes a dar testimonio de la luz pero nos aclara que JB no es la luz. Juan atrajo mucha gente y eso causó preocupación a los poderes religiosos de aquel tiempo. En ese entonces todos estaban a la expectativa de la llegada del mesías, no sabían cuándo ni donde, pero el pueblo Judío esperaba un fin escatológico. Creían que Elías, Moisés o uno de los profetas regresarían para anunciar la llegada del Mesías.
Ellos han visto el testimonio de Juan, por ello las autoridades religiosas mandan a unos para que lo confronten. Estos le preguntan abiertamente ¿Quién eres tú? Con esto querían verificar cuál de las figuras mesiánicas era Juan, si el Mesías, sí Elías, si Moisés o uno de los profetas. Juan clarifica que no es ninguno de ellos, sólo dice “Yo soy la voz que clama en el desierto” o más simplemente dirá “Soy una voz”, alguien que grita. Entonces viene la otra pregunta: "¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?" estas preguntas son con el objetivo de controlar a Juan. ¿Si no eres ninguno de ellos, entonces con cual autoridad bautizas?
Así, son los profetas, los poderes religiosos no tienen control de ellos. Juan no se considera el mismo un profeta. Simplemente uno que grita, que da un mensaje de estar preparados. Su respuesta es constante en los evangelios: “Yo bautizo con agua” con ello demuestra humildad y aclara las diferencias entre su bautismo y el bautismo de Jesús.

Aplicación
En lenguaje religioso cuando se escucha hablar de un profeta se suele pensar de alguien que puede adivinar el futuro, de alguien que tiene poderes de curación, etc. Pues ese tipo de profetas no nos habla la biblia. Al contrario para la tradición bíblica, el profeta es aquel que anuncia la buena nueva de Dios, el que da esperanza al pueblo. También es aquel que denuncia el pecado y llama a la conversión. Juan el Bautista es uno de esos profetas. Su mensaje era claro, conviértanse, estén listos para la venida del Señor. Eso le causó problemas con las autoridades religiosas de su tiempo quienes querían desautorizarlo. Su mensaje asustó a quienes ostentaban el poder político y religioso. Esa voz de los profetas de nuestro tiempo es la que muchos no quieren escuchar. Hoy hay muchos profetas que denuncian el pecado del mundo, que llaman a la conversión, pero las autoridades religiosas tampoco quieren escuchar. Más bien silencian a los profetas. La Iglesia cierra las puertas a aquellos que son críticos a la misma religión, da la espalda a los mismos feligreses que luchan por la justicia y silencia a quienes levantan su voz en temas controversiales.

Hoy Juan el Bautista hace nos fuerte llamado de atención “en medio de ustedes esta uno a quien no conocen.” Aunque los cristianos hablemos de Jesús a cada momento, pareciera que en esta cultura Jesús es el gran desconocido. Los políticos se dicen ser cristianos pero firman tratados de guerra y se oponen a la desmilitarización del gobierno. Están a favor de la vida, pero día a día se mata de hambre a millones en el mundo. Se gastan millones de dólares en armas pero se quiere reducir los gastos de seguro social. Las Iglesias tienen como centro un crucifijo y al otro lado la bandera de los Estados Unidos que no es más que un símbolo de guerra. ¿Cómo es posible ser cristiano en este país donde la Iglesia parece obedecer más al poder que al mismo Jesús? ¿Cómo es posible reconciliar el mensaje de pobreza al que nos invita Jesús cuando su misma Iglesia acumula riquezas?

El mundo y la Iglesia necesitan testigos, como Juan el Bautista, que denuncien el pecado y preparen el camino para la llegada del reino de Dios. De ese Dios en el que cree María, como leemos hoy en la liturgia, un Dios que colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide con manos vacías. A ese Dios que proclama Isaías: “El espíritu de Dios está sobre mí, me ha enviado a ser buena noticia para los sufren, a vendar los corazones rotos, a dar libertad a los cautivos y a proclamar el año de gracia del Señor…” (Isaías 61)

Vamos pues en este tiempo de Adviento a vivir con alegría nuestro ser testigos de la luz. A pesar de todo el mal que existe en nuestro entorno, como cristianos hemos de dar una respuesta amorosa a la realidad. Pidamos al señor que nos dé un espíritu de pobreza para comprender su misterio de hacerse carne y contemplar el misterio de la kenosis (el anonadamiento de Dios) que compartió nuestros sufrimientos y nos invita a ser presencia viva de su amor en la historia. ¿Cómo? Amando a los que el amo, a los pobres y mostrando amor por los que causan injusticias denunciando sus pecados y llamando a la conversión. Vivamos alegres como nos dice la segunda lectura, en oración, con esperanza y gozo. Seamos testigos de nuestro Dios que está llegando.

Para la reflexión personal
¿Estoy siendo un buen precursor de la venida del Reino de Dios? ¿Qué caminos preparo? ¿Qué caminos abro para la llegada de su reino?

Isaías 61, 1-2 nos habla de ser “buena noticia para los que sufren” medita este texto que Jesús hizo propio (en Lc 4, 1819) y responde:

¿Qué es una buena noticia para los pobres? ¿El texto habla de pobres en sentido figurado o sentido real? ¿Será el mensaje que lleva la Iglesia una buena noticia para los pobres? ¿Cómo podemos hacer vida este texto en nuestro diario vivir? ¿De qué forma podemos ser buena noticia para los que sufren?

Amílcar Valencia


[1] Los versículos 6-8 del primer capítulo de Juan son una interrupción al prologo desde el cual nos introduce a la figura de Juan el Bautista.

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